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* Los Paisajes de Erick Sánchez
Por: José Antonio Pérez Ruiz
Crítico de Arte, Escritor e Historiador
En la antigüedad los seres humanos confirieron al corazón facultades meditativas. La Biblia, los poemas homéricos y otros escritos de las primeras etapas del desarrollo histórico contienen textos que nos ayudan a corroborar lo antes señalado. Un remanente de esa creencia se conserva en los dichos populares cuando alguien acierta un pensamiento y lo define al decir que se tuvo “una corazonada.” En los paisajes de Erick Sánchez encontramos situaciones parecidas al conocer el proceso de selección de los espacios representados. Muchas veces combina lugares de diversas procedencias a fin de componer predios ideales. Si contemplamos su obra detenidamente nos asalta la impresión de que sus luces y colores son filtrados desde perspectivas psicológicas procedentes de los niveles interiores del espíritu. Le mueve el deseo genuino de ubicarse en rincones donde no tengan vigencia penurias y mezquindades procedentes de la vida cotidiana.
Los lienzos de Sánchez están constituidos por un tejido de trazos de dimensiones variadas que a veces siguen cursos impredecibles. Vemos como contrapone y sobrepone pinceladas para permitir que la mirada tenga acceso a esos reductos de apacibilidad. Encontramos en su labor toques que recuerdan el post impresionismo. Así mismo, salta a la vista que sabe jugar con las manchas acertadamente, para extraer de ellas conformaciones afines a las disposiciones espontáneas existentes en el entorno. Son, composiciones que entran en la búsqueda de parajes donde subsista el acoplamiento hombre-naturaleza como lo hicieron los románticos del siglo XIX. Al respecto, notamos que sus “sfumatos” acercan al observador a estados contemplativos que incitan la liberación de deseos contenidos.
El artista posee un modo peculiar de contextualizar sus rimas cromáticas, pues cuando las emancipa en el soporte parece extraerlas de registros sensoriales yacentes en diversos puntos de la estratología cerebral. Otro aspecto interesante es que en sus telas, las sombras son trabajadas como cambios de intensidades. Así, la mirada puede fluir sobre las superficies sin encontrar tropiezos ópticos. No obstante, es necesario afirmar que Erick actúa pragmáticamente al querer ofrecer a quienes aprecian las pinturas de un sitio de encuentros donde la mirada se aloje en parcelas aisladas del mundanal ruido.
En muchos de sus cuadros Erick origina apariencias brumosas que operan como tamices perceptivos cuya función resulta peculiar. Estas actúan como membranas ostentadoras de una transparencia que retienen y mantienen selectivamente luces de procedencias variadas. Quizás esa es la razón para que sus paisajes sean captados como si estuvieran a mitad del camino que va de la realidad, hacia la ilusión. Consigue así, expresar una dimensión temporal que no puede ser medida por los instrumentos usuales ya que aparentan evadir el acontecer ordinario. Esa cualidad pictórica funciona a niveles perceptivos propios de los estados de suspensión. Erick consigue así reflejar ambientes relajantes que contagian el radio de visión donde se ubican. Se convierten en puntos de descaso donde escapamos de las turbulencias cotidianas. Parecen revelaciones destinadas a despertar la perceptibilidad con la idea de marginar las preocupaciones que nos agobian. Esa facultad de extraer lo esencial del panorama pone al descubierto la habilidad del artista para hacer que afloren las cualidades inmanentes de la flora. Un reto para todo buen paisajista es evocar el mítico paraíso terrenal; en la colección que estudiamos ese deseo es trabajado sutilmente ya que los vínculos que dan coherencia a cada pieza se acoplan espontáneamente. Origina en cada cuadro una dinámica metódica propia de todo aquello que permanece en su estado natural. Un aspecto atendido por Erick es el cuidado por demostrar las sutilezas suscitadas por la atmósfera de manera que el contemplador pueda apreciarlas en todo momento. Esos factores que no se ven, pero se sienten obran de manera particular, porque existe un vínculo de coexpresividad entre lo sólido y lo gaseoso que se conjugan en la floresta. Un ente siempre presente a diferentes intensidades es la brisa que puede ser captada por su carácter elusivo, el cual se traduce en movimientos muchas veces antojadizos. Cuando paseamos la mirada por estos acrílicos se sienten humores melancólicos, pues trae al pensamiento los avances de la barbarie desarrollista contra los rincones de naturaleza virgen que sobreviven a sus apetitos. En ciertas personas provocan mareas nostálgicas pues sirven para reactivar constantemente una memoria que retiene visiones de otros tiempos. Surge así la conciencia de acontecimientos que no retornan. Debemos advertir que el paisajismo practicado por muchos artistas contemporáneos se convertirá en retentiva visual si no se detiene la masacre de los bosques. Todas las manifestaciones actuales de ese género son reacciones que denuncian las agresiones que han contribuido a destruir la vida silvestre. Esperamos que esos oleajes depredadores contra las especies vegetales y animales que subsisten en esos habitáis, no obliguen a hacer lo que ha pasado con algunas etnias cuya supervivencia ha dependido de confinarlos en reservaciones. De otro lado, cuando enfrentamos esa encrucijada que aviva los conflictos psicointelectuales que hoy padecemos, emergen voces cada vez más militantes para frenar la codicia que nos lleva a la autodestrucción. La toma de conciencia general obligará a volver a lo bucólico y esos predios serán apreciados como tierras de promisión. La urgencia por crear pulmones ecológicos debe darse primero en lo más íntimo de nuestro ser, pues así podremos trazar vías para detener la insensibilidad que atenta contra el equilibrio que mantiene los distintos órdenes de la vida. La intensidad de las expresiones emocionales existentes en los cuadros examinados se hace notable en la severidades impresas en cada concepción. Ese rigor es una aportación al deseo de mantener los vaivenes protectores garantizadores de la renovación de la vegetación.
Sánchez halla, en esos predios cada vez más raros que permanecen en estado prístino, esa integración osmótica que se da entre los elementos internos y externos que mantienen cada organismo. Trae a consideración pública las circunstancias necesarias para la renovación permanente de la fronda. Si ahondamos en sus visiones sentimos que nos hace cómplices de ese devenir. En su labor no hallamos contrastes agudos, todo se acopla sin estridencias visuales. Incluso los caminos que zurean sus campiñas adquieren la ductilidad de una corriente. Al enfrentarnos a los escalones de una escalera en medio del panorama hace evidente la huella que los elementos han dejado sobre un pavimento aparentemente impasible. Aprovecha esas superficies cargadas de historia en la narración de un acontecer acumulativo que se prolonga más allá de las sucesiones generacionales.
La producción de Erick Sánchez trae al escenario artístico isleño, una estética propia que le provee bases teóricas para interpretar el panorama desde ámbitos propios. Hay en su labor toques personales que deben ser justipreciados por quienes exploran lo que aparenta ser conocido.